Magíster ©️ Lic. Rodolfo Santiago Olguín
Diplomado en Neuropsiquiatría y Neuropsicología del Adulto.
En esta reciente columna, el profesional Mg. Lic. Rodolfo Santiago Olguín aborda cómo la construcción de identidad durante la infancia puede influir en el desarrollo de psicopatologías en la adultez.
La infancia o niñez es una etapa fundamental en lo que respecta a la constitución de los seres humanos (Lecannelier et al., 2019; León, 2019); distintas aproximaciones destacan que este rango etario – sobre todo en periodos más tempranos – representa una etapa fundamental en el desarrollo del ciclo vital (Gilmore et al., 2018). Esto, debido a que los infantes empiezan a formar su subjetividad y conformar -de esta manera- su respectivo self o identidad.
No obstante, no solo estructuran su self – a nivel psicológico-, sino también su sistema nervioso central y otras dimensiones y áreas cerebrales (Noble et al., 2015). Asimismo, diferentes estudios evidencian diversos factores de riesgo que pueden obturar un óptimo desarrollo; entre estos se puede encontrar, por ejemplo, cuando los menores están expuestos a un alto contexto de vulnerabilidad y adversidad, a saber, estar sujetos a bajos ingresos económicos, violencia, abuso sexual o emocional, entre otros (Noble et al., 2015).
Los seres humanos en la niñez, suelen estar en exposición a distintos ambientes y contextos, y dependerá de si estos son protectores o de riesgo lo que predispondrá –en un futuro- posibles psicopatologías o alteraciones en su self.
Por lo tanto, este artículo tiene como fin ilustrar la importancia y relevancia de la relacionalidad en los infantes; a saber, cómo las relaciones e interacciones sociales (familiares, culturales, políticas, etc.) afectan en la constitución de la subjetividad de los niños y niñas. De la misma forma, se ilustrará que cuando estas y estos están sometidos a contextos situacionales adversos, aquello suele repercutir en cómo estructuran su subjetividad y, de esta misma manera, en cómo perciben y enfrentan el mundo; lo cual los deja susceptibles, como ya se mencionó, al padecimiento de aflicciones mentales en la adultez (Prokopez etal., 2020).
Entonces, se ilustrará un marco teórico respecto de la infancia, y se argumentará a favor de la importancia de que los infantes estén sujetos a óptimas interacciones relacionales, ya sea con sus padres, abuelos, profesores, o quién sea que esté en contacto con el o la menor. Esto, debido a que -tal como lo expresa el psicoanálisis relacional(Posada, 2014)- las personas son intersubjetividad más que subjetividad pura: en otras palabras, el “yo” está siempre enraizado o encarnado por la relacionalidad o interacciones sociales en la infancia. En efecto, tal como menciona Sebastián León (2019), no existen sujetos aislados, sino sujetos estructurados a contextos familiares, sociales, culturales y político.
La infancia se ha caracterizado por ser una de las etapas más relevantes del desarrollo, ya que los seres humanos estamos sometidos a una cultura en particular – y a un sistema familiar en específico-, donde irán formando su identidad en el contexto de estos ambientes (León, 2019). No es lo mismo que un menor nazca en la Tailandia, en Latinoamérica, o en un Barrio Ultra Ortodoxo Judío de Nueva York. Claramente, se pueden evidenciar no solo diferencias en las maneras de hablar y expresarse, sino que son un conjunto de factores que estructuran subjetivamente a las personas. Estos pueden abarcar desde cómo se relacionan con sus pares hasta vestimentas y modos culturales de expresarse.
Probablemente, una persona nacida en Tailandia estará predispuesto a seguir una filosofía de vida budista, y, posiblemente, sea formado en creencias en torno el Samsara, el nirvana, el Dharma, el Karma, el Yoga, la meditación, entre otros asuntos o filosofías orientales. Si un turista viaja a Tailandia, no sería difícil visualizar menores practicando yoga u otras prácticas semejantes. Lo mismo ocurre en Williamsburg – o más conocido como el Barrio Judío de Nueva York: no sería extraño observar a infantes vistiendo de negro, o trajes oscuros, caireles o trenzas en sus cabelleras, Kipás, entre otros accesorios comunes de la zona. De la misma manera, no es lo mismo el estilo de vida alguien nacido en la Amazona, o en una tribu africana, a uno que nace en Santiago de Chile o en Haití; son diferentes las maneras en cómo los seres humanos estructuramos su subjetividad.
Sebastián León (2019), lo ilustra de la siguiente manera: “Ciertamente, la historia personal no es la de un individuo aislado, sino la de un sujeto inserto en un contexto familiar actual, biográfico y transgeneracional, así como en una trama social, cultural y política. Sucede que no hay subjetividad sin historia” (p. 86).Si bien en cada persona existe una singularidad, es decir, maneras particulares de ser en el mundo, sin dudas que existen tendencias y costumbres propias de ciertos lugares, que predisponen o pueden estructurar nuestra subjetividad (León, 2019). Esto se debe a razón de que los menores se encuentran muy atravesados por la cultura y los factores socio-políticos predominante en la que se encuentran (León, 2019). A esto se le puede agregar –en un nivel más micro- la importancia de las relaciones e interacciones nucleares familiares en las cuales están inmersos (León, 2019).
Tal como evidencia la literatura, cuando un infante se ve expuesto a factores de riesgo o adversos como las drogas, violencia física, vulnerabilidad, suele tener repercusiones no solo en su cerebro (Noble et al., 2015), sino, como ya se mencionó, también en la constitución de su identidad o self (León, 2019). Asimismo, esto podría situar al infante en una posición de susceptibilidad a padecer de alteraciones mentales en su adultez, incluso algunas de alta complejidad, tal como puede ser la esquizofrenia u otros trastornos psicóticos (Prokopez et al., 2020)
Asimismo, cabe señalar que a esa edad tienen una mayor capacidad de plasticidad cerebral; es decir, sus sistemas y redes neuronales tienden a modificarse en el tiempo –a nivel de expresión genética- conforme a los ambientes a los que están expuestos (Fandakova, 2020). Por ende, se podría desprender que las repercusiones ante condiciones adversas que pueden afectar – a nivel de subjetividad-, podría ser revertida ante cuidados suficientemente buenos por parte de los padres o cuidadores (León, 2019). El autor plantea lo anterior de la siguiente manera: “En definitiva, las relaciones suficientemente buenas con los padres y hermanos, favorecen vínculos satisfactorios en la vida escolar, laboral y amorosa. Y viceversa” (p. 154).
Sin ir más lejos, es posible visualizar -gracias a la teoría del apego y otras teorías psicodinámicas (como el Modelo de la Niñez Herida)- que dependiendo de cómo fue la proximidad y cuidados que recibe un menor por parte sus padres, el tipo de vínculo que tendrá con sus próximas relaciones (parejas, familiares, amigos, etc.) (León, 2019). De la misma manera, a razón del vínculo que tenga un niño con sus padres, existirán distintos estilos de apego; estos variarán desde el seguro hasta el inseguro, siendo el desorganizado el más des-adaptativo. No obstante, tal como expresa -como mucha claridad- Lecannelier(2019), las diferencias culturales y sociales son imprescindibles al momento de determinar el vínculo o apego de un sujeto, pues se ha evidenciado – a nivel de estadística- diferentes tipos de apego entre sujetos o comunidades de Europa del Oeste, Japón e Israel.
Por lo tanto, si bien la literatura filosófica es fundamental al momento de abarcar asuntos que atañen a la infancia, es importante contar con las actualizaciones de la psicología y neurociencia para así no generar teorías sin sustento empírico. Desde este contexto – tal como lo señala Zoila (2007) respecto de Lawrence Stone-, es imposible estudiar la infancia o la niñez al margen de la familia, específicamente de los padres, ya que la historia de la infancia es la historia en cómo los padres han tratado a sus hijos.
Lawrence Stone señala que los problemas que surgen al analizar las obras de DeMause y Aries, se deben a que estudiaron a la infancia de forma aislada, ya que- según señala- es imposible estudiar a los niños al margen de sus padres; y que la historia de la infancia es la historia de la forma en que los padres han tratado a sus hijos. Por ello, para realizar este tipo de investigaciones se debe tomar en cuenta a la familia, que es la institución en donde interactúan en no solo los niños, sino también los padres (Zoila, 2007,p. 34).
Dentro del mismo panorama, cabe señalar que –así como se expresa en el texto de Montes(2001)- las diferentes maneras en cómo se han relacionado los padres con sus respectivos hijos, es decir, la forma en cómo los adultos se imponen a ellos, será una especie de delimitación para dibujar una historia de infancia: “las distintas maneras en que se han relacionado los padres con sus hijos en distintos momentos de la historia de las culturas, la manera en que se plantan los adultos frente a los niños en una determinada sociedad (…)terminan por dibujar una historia de la infancia” (P. 34).
Asimismo, en el mismo escrito de Montes (2001), se relata que la historia de cada persona -de cada sujeto en particular- estará dibujada -tal como lo demuestra el psicoanálisis- por la infancia que tuvo; de ahí la importancia de reparar, reconstruir y resignificar vínculos adversos: “Las distintas maneras en que cada uno se relaciona con su propia infancia, el modo en que la repara y reconstruye día a día, esforzada y afanosamente, termina por dibujar, como demuestra el psicoanálisis, una historia personal” (Montes, 2001, P. 34).
Entonces- tal como ya se ha visualizado-, es imprescindible sostener que la relacionalidad, en cualquiera de sus formas, pero principalmente la que apunta a la familia nuclear de cada menor, pueden ser determinantes o predisponentes en la estructuración subjetiva o de self de los mismos. Por lo tanto, así como establece Conalgelo (2003), la infancia debe dejar de ser pensada desde la neutralidad o abstracción, más bien tiene que conceptualizarse desde lo socio-histórico; esto conllevará, a la vez, relata el autor (Conalgelo, 2003), que se deje de hablar de “infancia” y más bien se enfatice en las “infancias” diversas y contextualizadas:
Si pensamos en la tarea antropológica como un continuo ejercicio de desnaturalización de prácticas y de categorías, la infancia puede dejar de ser pensada desde un concepto neutro y abstracto, signado por caracteres biológicos invariables, para recuperar toda la riqueza de sus determinaciones socio-históricas. De este modo, tal vez, comencemos a hablar de “infancias”, plurales, múltiples, en el contexto de nuestra sociedad compleja (Conalgelo,2003, p. 7).
En el mismo texto, el teórico enfatiza –de igual manera como se sostiene en este ensayo-que las identidades son construcciones relacionales, y que no pueden ser pensadas como inmutables o cristalizadas (Conalgelo, 2003); más bien deben ser situadas en la historia y, por ende, estar en permanente cambio: “Desde esta perspectiva, las identidades no pueden ser pensadas en términos de alguna esencia inmutable o cristalizada, sino como construcciones relacionales, contrastantes (es porque nos diferenciamos de “los otros” que nos reconocemos como “nosotros”), situadas en la historia y, por lo tanto, en constante transformación” (P. 4).
Por lo tanto, esto evidenciaría que la relacionalidad, de alguna u otra manera, es constitutivo de la subjetividad de los niños y niñas, y de las categorías de infancia; subjetividad que si bien no es fija ni estática, puede predisponer la vida adulta de ese niño o niña (León, 2019). La infancia, por lo tanto, es una categoría construida desde lo social, en donde se conjugan diferentes dimensiones; Colangelo (2003) establece lo anterior de la siguiente manera: “La perspectiva de la diversidad en este sentido amplio nos lleva a ver en la infancia una categoría socialmente construida en la que se conjugan, por lo menos, estas tres dimensiones de lo social: variabilidad cultural, desigualdad social y género” (P. 4)
Desde otra arista, se puede mencionar que el psicoanálisis ha sido fundamental en la comprensión de la infancia; desde Freud hasta los psicoanalistas contemporáneos -más intersubjetivos y relaciones- ha sido posible visualizar la importancia en los niños y niñas de una óptima relacionalidad (Posada, 2014; León, 2019). De esta manera, se puede desprender que la familia nuclear tiene una gran responsabilidad de satisfacer las necesidades primarias y secundarias de los niños y niñas, pues de aquello dependerá – en gran parte- cómo estos formarán su respectiva estructura de identidad.
Además, tal como sostiene Cortés (2009), el paso por la infancia para muchos adultos resulta un paso lejano, debido a que muchos lo observan como un pasar a ser no-niños y “por eso para muchos adultos su infancia es tan sólo algo que, según la expresión de Vaneigem (destaca Cortés):se autopsia en el diván del psicoanalista- (o, según Freud, como un mundo arcaico que volvemos a visitar cada noche mientras soñamos)” (Cortés, 2009, p. 13). Esta cita evidencia que para muchos la infancia se reedita, exclusivamente, en terapia, en donde las personas recuerdan y trabajan sus sucesos traumáticos o respectivas historias sujetas a adversidad o carencia infantil. Sin embargo, la infancia, como sostiene Sebastián León (2019), no es pasado, sino que es presente -historia encarnada-, pues cada adulto lleva de la mano a su niño interior, y es desde ese niño que se observa y percibe el mundo.
Finalmente, cabe mencionar que así como se evidencia en la tesis doctoral de Duarte(2015), es importante hablar de juventudes y no de juventud, esto apuntando a la singularidad de cada uno como también al contexto social en el que están inmersos aquellos niños, niñas y adolescentes. Es importante evidenciar la pluralidad, pues de esta forma no se invisibiliza que los niños y niñas no son todos y todas iguales, como una categoría abstracta, y que muchos de ellos y ellas están determinadas por sus contextos sociales y culturales: “Esto trajo como consecuencia, por ejemplo, que se pluralizara el lenguaje con el cual se les refiere –de juventud a juventudes- , y ha implicado un conjunto de desafíos epistemológicos en que ya no basta con pasar de una sintaxis singular a una plural, sino de incorporar herramientas teóricas, políticas, y método que permitan evidenciar esa pluralidad” (Duarte, 2015, p.22).
A modo de suma, se podría desprender, tal como se propuso en la introducción de este artículo, la importancia de una óptima relacionalidad en la conformación de la subjetividad de los menores. Esto, debido a que la subjetividad se suele estructurar en la infancia, y para que esta pueda desarrollarse de la mejor manera posible, el ser humano en esa etapa de vida, debe disponer de suficientes factores protectores, ya sea desde una crianza respetuosa de parte de los padres, o cualquier asunto que apunte a una mejoría de su bienestar.
Así como existen distintas dimensiones que pueden favorecer a que los infantes desarrollen una buena identidad o subjetividad, esto es, factores protectores, también existen factores de riesgo que pueden repercutir deletéreamente en el desarrollo de la subjetividad infantil. Esto puede repercutir en que los niños desarrollen estilos de apegos desorganizados o incluso aflicciones mentales severas en la adultez como la esquizofrenia.
La persona no debe considerarse como un “yo” aislado, sino como un “yo” que está enraizado o atravesado por sus relaciones desde las nucleares hasta las sociales-históricas. Si bien no se podría asumir una determinación radical –como en una ecuación matemática- entre los sucesos de infancia y la adultez, sí se podría hablar de una predisposición.
Dicho lo anterior, este escrito buscó ilustrar la importancia de una relacionalidad suficientemente buena en la constitución de una subjetividad plena en los niños y niñas, lo que se espera haber demostrado en el presente escrito.
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