Mtra. Mariel Labra
Psicóloga Clínica, Magíster en Psicología Clínica. Experta en Terapia Cognitivo-Conductual para la Depresión y Ansiedad.
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El trastorno disociativo es una respuesta clínica compleja frente a experiencias traumáticas o de alto estrés. En este artículo, te contamos qué es, cuáles son sus síntomas y cómo se aborda en terapia.
El trastorno disociativo es una condición que puede surgir como respuesta psicológica ante experiencias traumáticas o altamente estresantes. En estos casos, la mente recurre a la disociación como un mecanismo de protección, generando una desconexión con la realidad externa o con la propia vida interna. Cuando esta respuesta se vuelve persistente y afecta el funcionamiento diario, hablamos de un trastorno.
En este artículo, exploramos qué es el trastorno disociativo, sus manifestaciones clínicas y su abordaje terapéutico, junto a la docente de Adipa y profesional del área, Mg. Ps. Mariel Labra.
La disociación es un mecanismo de la mente para enfrentar situaciones traumáticas o altamente estresantes. Por ello, suele estar estrechamente ligada a experiencias postraumáticas.
Etimológicamente, el término disociar significa separar o dividir, lo que entrega una clave importante sobre su naturaleza. En términos clínicos, la disociación se manifiesta como una ruptura en la integración normal de procesos mentales —como la memoria, la percepción o la identidad—, generalmente como respuesta a experiencias traumáticas, inesperadas o altamente estresantes. Esto puede dar lugar a pensamientos intrusivos, dificultades para acceder a recuerdos relevantes o problemas para regular ciertas funciones cognitivas y emocionales.
En términos Piagetianos, podemos decir que esta experiencia traumática persistente o altamente estresante genera un desequilibrio en la estructura mental previa de la persona. Esta experiencia supera las estrategias de afrontamiento existentes, alterando su construcción de identidad y produciendo los síntomas característicos de este grupo de trastornos.
Los trastornos disociativos se caracterizan por una serie de síntomas psicológicos relacionados con el estrés que no tienen una causa orgánica identificable. Estos trastornos afectan la integración normal de funciones psíquicas como la memoria, las emociones, la percepción del entorno y la conciencia de la propia identidad.
Son trastornos psiquiátricos que pueden compartir síntomas con cuadros relacionados al trauma y el estrés, como el trastorno por estrés postraumático (TEPT), y es común que se presenten con comorbilidades.
Para considerarse un trastorno, los síntomas disociativos deben causar malestar significativo o deterioro en el funcionamiento diario de la persona. Esto implica cumplir con criterios de temporalidad y gravedad de los síntomas.
Además, es fundamental distinguir entre un trastorno disociativo y comportamientos típicos del desarrollo infantil, como los amigos imaginarios o el juego simbólico con contenido fantástico. En adolescentes y personas adultas, es clave descartar que estos síntomas no estén provocados por el consumo de sustancias o por una enfermedad médica.
El abordaje y tratamiento específico varía según la etapa evolutiva del paciente y el tipo de trastorno disociativo diagnosticado. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), dentro de esta categoría se incluyen: la amnesia disociativa, el trastorno de identidad disociativa y el trastorno de despersonalización y/o desrealización.
En términos generales, el tratamiento se basa en un enfoque psicoterapéutico, al que en algunos casos se suma el uso de fármacos para abordar comorbilidades frecuentes como la ansiedad o la depresión.
Como mencionamos anteriormente, el DSM-5 reconoce distintos tipos de trastornos disociativos. A continuación, explicamos en qué consiste cada uno.
La amnesia disociativa se refiere a la incapacidad para recordar información autobiográfica relevante, usualmente de carácter traumático o altamente estresante, y que no puede explicarse por el olvido común. Sus síntomas generan un malestar clínicamente significativo o interfieren con áreas clave del funcionamiento diario, como la vida social, laboral o familiar.
Es fundamental señalar que esta alteración no se debe a los efectos fisiológicos de sustancias como el alcohol, drogas, medicamentos, ni a condiciones médicas o neurológicas como la epilepsia parcial compleja, la amnesia global transitoria, o las secuelas de un traumatismo craneoencefálico u otras afecciones neurológicas.
Asimismo, el diagnóstico no se explica mejor por otros cuadros clínicos, como el trastorno de identidad disociativo, el trastorno de estrés postraumático, el trastorno de estrés agudo, los trastornos de síntomas somáticos o los trastornos neurocognitivos mayores o leves.
Se caracteriza por una perturbación de la identidad, manifestada en dos o más estados de personalidad bien definidos, que en algunas culturas pueden interpretarse como una experiencia de posesión.
Esta alteración implica una discontinuidad significativa en el sentido del yo y en la percepción de identidad, acompañada de cambios en el afecto, la conducta, la conciencia, la memoria, la percepción, el conocimiento y/o el funcionamiento sensoriomotor. Estos signos pueden ser observados por otras personas o reportados directamente por quien los experimenta. También se presentan lapsos recurrentes de memoria relacionados con eventos cotidianos, información personal relevante o experiencias traumáticas, que no pueden explicarse por el olvido común.
Los síntomas no pueden atribuirse a los efectos fisiológicos de una sustancia o una afección médica. Además, causan un malestar clínicamente significativo o un deterioro funcional en áreas sociales, laborales u otras esferas importantes de la vida.
Este trastorno se define por la presencia de experiencias persistentes o recurrentes de despersonalización, desrealización o ambas. Durante estos episodios, las pruebas de realidad se mantienen intactas, es decir, la persona reconoce que sus percepciones no corresponden a una alteración de la realidad externa. Los síntomas provocan malestar clínicamente significativo o un deterioro en áreas clave del funcionamiento, como la vida social, laboral o familiar.
Esta alteración no puede atribuirse a los efectos fisiológicos de una sustancia, como drogas o medicamentos, ni a una afección médica como la epilepsia. Tampoco se explica mejor por la presencia de otro trastorno mental, como la esquizofrenia, el trastorno de pánico, el trastorno de estrés agudo, el trastorno depresivo mayor, el trastorno de estrés postraumático u otro trastorno disociativo.
Implica experiencias de irrealidad, distanciamiento o sensación de ser un observador externo de los propios pensamientos, sentimientos, sensaciones, acciones o del cuerpo. Puede incluir alteraciones en la percepción, distorsión del tiempo, sensación de irrealidad o desconexión del yo, y embotamiento emocional o físico.
Se refiere a experiencias de irrealidad o desconexión respecto al entorno. Las personas o los objetos pueden percibirse como irreales, borrosos, lejanos, sin vida o visualmente distorsionados, como si se estuviera en un sueño.
El trastorno de identidad disociativa, anteriormente denominado trastorno de personalidad múltiple, se caracteriza por una alteración severa en la percepción de la propia identidad. En una misma persona pueden coexistir dos o más identidades claramente diferenciadas, que en muchos casos presentan características o comportamientos contradictorios respecto a la identidad basal.
Cada una de estas identidades puede tener su propio nombre, preferencias, recuerdos y rasgos distintivos. La persona, por lo general, no tiene acceso consciente a las vivencias o recuerdos asociados a las otras identidades, lo que produce una alteración significativa en la memoria, las emociones, la conducta y otros aspectos.
Un síntoma central de este trastorno es la presencia de lapsos recurrentes de memoria, en los que el paciente olvida información personal, eventos de su vida o relaciones importantes. Estos episodios no corresponden al olvido ordinario. Por ejemplo, puede considerarse normal olvidar contenidos académicos no utilizados, como una fórmula matemática aprendida años atrás; sin embargo, no es esperable olvidar datos relevantes de la propia historia, como el nombre, la edad o actividades recientes.




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