En los últimos años, la comprensión de la neurodivergencia ha avanzado desde un paradigma médico-clínico centrado en el déficit hacia una mirada neuroafirmativa, que reconoce la diversidad de los funcionamientos cognitivos, emocionales y relacionales como parte de la condición humana. Sin embargo, este tránsito conceptual convive con una práctica diagnóstica que muchas veces sigue marcada por sesgos, fragmentación y sobreuso de categorías rígidas.
En este escenario, autismo, TDAH y altas capacidades cognitivas (AACC) aparecen con frecuencia en tensión: se solapan, se invisibilizan mutuamente o son interpretadas desde marcos normativos que no alcanzan a capturar su complejidad. Este entrecruce ha dado lugar a diagnósticos diferenciales poco claros, sobre y subdiagnósticos, y a la dificultad de reconocer realidades como la doble y la triple excepcionalidad.
Estos desafíos tienen consecuencias directas en la vida de las personas neurodivergentes y sus familias: desde intervenciones inadecuadas y expectativas desajustadas, hasta experiencias de exclusión educativa y clínica. Comprender la especificidad y las intersecciones de estas condiciones, desde una perspectiva ética, contextual y basada en derechos, se vuelve urgente para los profesionales y comunidades educativas que acompañan estos procesos.